Por Delfina Harms García
Teodora Inostroza: Faramalla
Kindberg, 2023. 88 páginas.
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Siempre nos hemos referido a la “escuela de la vida” como un manto de sabiduría que nos cubre a todos. No distingue y siempre acierta. En Faramalla descubrí que no hay una sola “escuela de la vida” y Teodora Inostroza habla de la suya, como puta contemporánea, con apego.
Sincronizada con su alma gemela y amigo Compañía Mariel, esta voz se echa al hombro un camino que parecía diseñado para personas como ella: al borde, haciendo equilibrio en lo que sobra de vereda, mientras el resto pasa como un tren por las zonas transitables de la vida. Con el cuerpo acostumbrado a la hostilidad y el abandono, la autora revisa episodios tan particulares como transversales; una pelea de colegio, una familia que dialoga a golpes, la vagancia, la sobrevivencia.
La protagonista abre sin contexto uno a uno los apuntes de su aprendizaje, desde succionar un pene sin hacer arcadas, hasta transmutar en el personaje de una niña temperamental y lujuriosa que hace a los clientes cincuentones acabar en cincuenta segundos. Teodora cuenta el chorro de vida que le cuesta su trabajo, y en un lenguaje tan directo que baja la presión. No es fácil apuntarla directamente y atrapar esa idea que se filtra entre sus textos. Es un escándalo, una tragedia, también triunfo y gloria. Hay más de un cordón tensado en el deambular de la protagonista, a ratos disociada de esta novela.
Como cualquier millennial hija de la cancelación, desconfío del contenido que hurga en aquellos terrenos de controversia que, a día de hoy, no hemos sabido cauterizar. La prostitución, como tema, aún espera en cola que la sociedad posmoderna decida qué hacer con ella, dónde hincarle el juicio. No está intacta, pero no es obvio. Por eso cuando abrí este libro pensé, ufa, dónde te fuiste a meter. Y fue buen ejercicio leer a ciegas y caer en la cuenta, a posteriori, con los pelos ya de punta en las últimas páginas, que la autora no narra su idea del trabajo sexual en Chile, sino su vida como trabajadora sexual en nuestro país. En las ochenta páginas de esta especie de crónica novelada, se nos propone poner los pies en otra tierra, observar el mundo a través de los ojos de alguien que encuentra en medio de su ahogo, una burbuja de aire y respira. No quiero, porque no me corresponde, correlacionar un contexto con la elección de un camino particular, sin embargo, en Faramalla, las cosas se encaminan como las patas de una araña, en aparente desorden, pero en pos de una misma cosa. Hablo del pasado violento de las familias de los dos mil, el castigo social a la disidencia, el anhelo de fama, riqueza y capricho que se nos inyectaba todas las tardes viendo los videos musicales de una temprana Lady Gaga. Todas las historias eran la misma historia: había algo en ti que valía la pena, y alguien iba a estar dispuesto a pagar por eso. El artilugio de Faramalla es proyectar todo ese glitter en unas medias caladas, en un par de plataformas fucsia que pisan los vidrios rotos de una calle porteña, en un tampón improvisado en un burdel. ¿Qué fue de aquello que había en mí, en todas nosotras?
El tramo en que se nos permite caminar a su lado, a decir verdad, es bastante breve. Ahora la niña prostituta es también escritora. No puedo decir que haya quedado con gusto a poco, porque la rudeza de su voz me puso a ratos muy pálida. Sentí miedo. Pero paso la mano por la mariposa dorada que cubre este texto y acepto este primer trago de historia sin quejarme, porque sé que aún queda mucho más.
Delfina Harms García (Santiago, 1990) Diseñadora, artista gráfico y escritora. Autora de los libros de artista Cuentos Caninos (Atelier Merkai, Marsella, 2016) y Nosotras las Niñas (LarvaPress, Santiago, 2019). Ha publicado crónicas y relatos en medios digitales como Galio, Revista Desastre, La Panera, JOIA Magazine, Revista La Lengua, El Ciudadano, entre otros.