Por Valeria Barahona
Mary Ruefle: Mi propiedad privada
Bisturí 10, 2023. 104 páginas
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Un libro de portada rosa con el dibujo de una cabeza reducida, la tradición amazónica más exportable, que es devorada por cuatro ratones bajo una puerta ubicada a la altura de la frente: es la descripción gráfica del texto Mi propiedad privada de la poeta y académica estadounidense Mary Ruefle, quien, tras narrar su fascinación por esta costumbre, afirma que “se ha dicho que dentro de la cabeza humana se encuentra la única libertad que existe para todos, pero muy a menudo esa libertad se vuelve solitaria y aburrida y temerosa y desea unirse a otra cabeza”, como cuando caminamos por el bosque de la soledad, con el corazón en las manos, una ofrenda para ofrecerla a ciegas en espera de que el otro sea capaz de verla.
Ruefle (1952) se inscribe en la tradición de Emily Dickinson por lo “raro”, silvestre y a la vez complejo de sus escritos, que mediante, en este caso, un pequeño objeto de museo, explora lo inútil de la vanidad y el deseo de alguien con quien hablar. Por esto ruega “ay, mi panteón de cabezas reducidas, (…) dame consuelo cuando mis aguas se van, porque casi puedo oírte respirar”.
La poeta del siglo XIX reflexiona sobre la responsabilidad de ser una flor, mientras Ruefle, en la traducción publicada por Bisturí 10, cita a Clarice Lispector: “Érase una vez un pájaro. Dios mío”, como entrada al texto “Por favor lee”, donde un jilguero amarillo “llegó a su comedero una hora antes de que muriera. Fui el último ser vivo que vio, así que mi responsabilidad era grande”.
Esta idea del acompañamiento glorioso a la muerte también aparece en Mi felicidad, una selección de sus poemas publicados por Lecturas Ediciones. Allí, en “Representado en una pantalla”, Ruefle concluye que “todos los héroes /que ves cayendo /fueron filmados tratando de ponerse de pie”, lo que en medio de la niebla fruto de la condensación del agua o las lágrimas, puede sentirse como un abrazo que atraviesa el papel, justo antes de borrar la carta cuyo destinatario sabes que no leerá.
Aquel desenfado tanto en la prosa de sus ensayos como en sus versos hacen de Ruefle una mujer magnética, una amiga cósmica, la que quisieras que te prepare una sopa y tome tu mano libre mientras lloras a oscuras en la terraza, entre el frío de la madrugada y los primeros rumores de los zorzales, aquellos que celebraron la noche en que se conocieron con ese ser que ahora es puro silencio.
En el poema “Réplica” la autora agrega “has perdido otra tarde sentada con tus amigos imaginarios”. Lo que primero se lee como un reproche, horas después se entiende como la glorificación del ocio y la ensoñación: ¿quién desea ser funcional en el fin del mundo? ¿Funcional a un sistema injusto? ¿Buena empleada de un trabajo que no te satisface? ¿Buena polola de un ser que no te escribe todos los días? ¿Buena hija de una familia que no te escucha? Mi nueva amiga Ruefle juega en Mi propiedad privada a darle un color a cada tipo de tristeza. Por ejemplo, la rosada es “tener que tragar cuando tu garganta no es más grande que una aguja de acupuntura”.
Los ensayos de este último libro también incluyen un paseo “Entre las nubes”, porque “aquel verano hubo tantas nubes que no sabíamos qué hacer con ellas. Desbordaban el cielo: estaban en nuestras calles, en nuestras casas, en nuestros cajones y en nuestros armarios”. Así, “cada ciudadano se sentía en una obra de teatro, invadido por el humor de otro, a merced de la nostalgia infinita de los dictados del subconsciente”.
Valeria Barahona (1990). Periodista de la Universidad de Concepción. Es autora de las novelas Educación Superior (2022) y Señoritas en toma (2016). Colaboró en CNN Chile y revista Cosmopolitan. Actualmente escribe sobre libros en los Medios Regionales de El Mercurio y habla sola en el newsletter valebarahona.substack.com.