Por Gabriel Zanetti
Valeria Barahona: Educación superior
Lecturas Ediciones, 2022. 164 páginas
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Supongo que es normal desencantarse con un género por temporadas. De manera constante, por ejemplo, en el ámbito del teatro, suelo sufrir decepciones profundas -la última fue con Amanda Labarca de Isidora Stevenson- monólogo y una especie de elegía de esta precursora del sufragio femenino -junto a Elena Caffarena, Flor Heredia, entre otras-, complaciente con su propia historia, casi educativa, sin correr ningún riesgo, políticamente correcta, con una evidente intensión de coincidir con conceptos subrayados de nuestros tiempos y quedar bien con la galería. Por fortuna, dentro de la escena del teatro actual, existen dramaturgos como Marcos Layera, Pablo Manzi y Andreina Olivarí, que exponen sin miedo sus propuestas, aunque les lancen un cajón de tomates podridos digitales.
Comento lo anterior porque la novela es un género con el que no me he podido reconciliar por muchos años, salvo una u otra esquiva excepción -descontando, por supuesto, a los clásicos y los que se transformarán en clásicos-. Suelen cometer un error que da náuseas: por la intensión -válida y crucial- de escribir textos contemporáneos, realizan tramas que rozan el ridículo, lo inverosímil y la victimización. Debo admitir, eso sí, que algunos de estos trabajos están bien escritos, demuestran manejo de recursos, lo que lamentablemente no quita efectos soporíferos.
Esta novela de Valeria Barahona (segunda, la primera es Señoritas en toma publicada en 2016) se desarrolla en Concepción, donde Victoria, su protagonista, narra, acompañada del terremoto 8.8 grados Richter de febrero de 2010 y sus permanentes réplicas -correlato inteligente de precariedad, cambios bruscos, carencias por cortes de agua, luz y gas- desde sus últimos años de periodismo en la universidad, un modelo de vida y todo de lo que eso se desprende. Historia de una pieza pequeña, amantes, sexualidad -escritas sin miedo, desparpajo y poesía-, carretes en un campus, profesores, entregas finales. Apenas avanzadas algunas páginas, escondidas entre la representación de este mundo, da una seña de lo que esta novela es: “…adolescentes que dejaron sus casas para venir a la universidad con sueños, pocos pesos y el pecho abierto al ninguneo de la academia que, la mayoría de las veces, termina vistiéndolos de seda a cambio de su exquisita rebeldía. Condena y recordatorio, se convierte en la niebla eterna de la ciudad”.
Como se puede ver, Barahona, tiene kilometraje en el plano textual, que no es otra cosa que la propuesta de las palabras y su orden, el narrador, la composición de frases y oraciones, entre otros aspectos que podemos encontrar en cualquier manual de narratología. Desde ahí dibuja trama, emociones, construcción de personajes, que de manera consciente o inconsciente, se acostumbran a la idea del fin, por estar parados arriba del cinturón de fuego, que cada tanto remece el suelo que pisamos a diario. Subrayé varios párrafos que encontré sobresalientes: “Cerramos la puerta con llave por miedo a la locura, con ganas de vomitar el corazón en cada estremecimiento del suelo. Nos perdemos en la borrachera azul de la noche sin electricidad”. La novela no está exenta de un particular sentido del humor: “…entramos a la guerra apertrechadas con su bolsa de castañas recogidas del campus, armamento común en ambos frentes durante los primeros quince minutos. Luego se abrió -como cada año- fuego cruzado de tomates vinagres, botellas plásticas, cabezas de pescado, mochilas o lo que fuera. Los castañazos llevan más de cincuenta años. Los guardias se limitan a vigilar que no haya fallecidos”.
Al terminar este volumen que Barahona, además de contarnos esta historia, nos dice soterradamente (o tal vez no tanto) que la ciudad que abarca (o el país entero) es una invención o un relato. Está lleno de banderitas: los terremotos, los desaparecidos -Matute, en este caso-, el llamado a los militares a la calle en cada catástrofe, juntar agua, Concepción comparado con Manchester como la cuna del Rock, la omnipresencia de Neruda representada en el nombre de una cafetería. Seguro hay más tela que cortar sobre este libro. Al menos a mí, me devolvió las esperanzas con el género, cosa que agradezco. Además de ser una evaluación personal, sus alcances oxigenan el homogéneo panorama actual de la narrativa femenina chilena.
Gabriel Zanetti (1983). Experto en creación literaria multidisciplinar (U. Camilo José Cela, España). Ha publicado columnas, crónicas y crítica literaria en El Imparcial de España, The Clinic, La Tercera y La Cuarta. También los libros Cordón Umbilical (2008), coautor de Prohibiciones & Títulos (2015), El pejerrey (2020), Juro que es verdad (2021) y el recientemente aparecido Nombres propios (2023). Realiza diversos talleres particulares de escritura creativa.