Quiero dejarlo muy claro desde el inicio: ésta es la reseña perpleja de un lector acostumbrado a cierta retórica hispánica que, un día, se acerca por primera vez a la poesía de un escritor latinoamericano, chileno para más señas, cuya libertad formal y conceptual desborda las maneras de pensar lo poético. Raúl Zurita es un desestabilizador. Primero porque a lo largo de su extensa bibliografía ha sido capaz de redimensionar el combate ideológico entre la cultura (el ser humano) y la naturaleza (nature versus nurture, en fórmula de Galton), devolviendo a su pequeñez biológica al hombre y contrastando sus fragilidades frente al inconmensurable poder de la tierra. Segundo porque desordena lo colectivo dentro de lo individual y lo individual dentro de lo colectivo, tejiendo una malla intersubjetiva imposible de desmenuzar. Tercero porque agrieta los límites del tiempo y la historia superponiendo planos, yuxtaponiendo acontecimientos, de modo que la realidad pasada y presente se vuelve un magma vivo, alejado de concepciones más o menos logocéntricas. Cuarto porque la propia escritura poética se bifurca, se narrativiza, se vuelve suceso, se repliega en ocasiones hacia la musicalidad o se expande hacia la crónica imposible, antirrealista. Cuatro desestabilizaciones (podríamos encontrar muchas más) que, para un lector amansado en una cierta tradición ordenada de nuestra lírica, se convierten en un problema textual de difícil solución. Pero vayamos por partes.
El desestabilizador
Cuadernos de guerra
Raúl Zurita