Materiales tan disímiles y heterogéneos como El libro de Tobías, la confesión policial de una niña de 10 años que intenta suicidarse, un viejo recetario de cocina y el relato de un loro que resume la trama entrevista desde su jaula, constituyen la base de una de las novelas más arriesgadas y conmovedoras de la autora de Sólo los elefantes encuentran mandrágora.
Un retrato para Dickens se basa en una fotografía que está reproducida en el libro.
¿Cómo llegó a usted? ¿Cómo se desplegó a partir de ella la novela?
Es una fotografía de una niña muy especial, fotografía que su modelo me regaló ya en la edad adulta. Al colocarle el sombrero de hombre, el moño de librepensador, un rollo de papeles en la mano, el antiguo fotógrafo cumplió con lo suyo, la interpretación plástica del ser. Al descubrir, sobre la base de algunos relatos fragmentarios, el sufrimiento humano que había detrás de ese retrato, puse lo mío propio, la recreación. Temo a esa nouvelle. La autora enfermó gravemente no bien estuvo publicada. El modelo murió seis meses después desbarrancándose desde una salud exultante. Una especie de maldición faraónica. El relato se desplegó tan naturalmente que pareció llevarme de la mano por los meandros de la invención. No volví a releerlo jamás.
(de una entrevista de Elvio Gandolfo en La Vanguardia)
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