Ella es una chica de campo, cuya cercanía fascina, única; como también lo es Ariadna en su acoplamiento con Dionisos. Nietzsche traza su retrato: libre, sabe qué hacer con su hilo, domeñar el goce excesivo que padece su amante; recibe ese don en su carne, lo apacigua; ella lo sabe, ese verdugo es también un mendigo al que acoge volviéndose su prisionera, mujer sin más allá. Así lo ama. Hallaremos aquí una nueva confirmación: no hay otra casuística psicoanalítica más que la innovadora, nunca estabilizada, y que por esa misma razón invita al ejercicio del análisis a transformarse, para que también corresponda con su tiempo –época en que la muerte de Dios y de los dioses hace posible una reconfiguración de la erótica.
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