Diego Tatián recorre en este libro (cuyo título sugiere que se tratará, si no es absurda la distinción, más con el hombre que con el filósofo) algunas historias poco conocidas, laterales de la vida de Spinoza. Manteniéndose en el umbral entre el cuento, el ensayo y la filosofía, Tatían va componiendo una imagen (como tal vez diría Benjamin) del autor de la Ética. Preciosos veintidós capítulos, en que se entreverán el hombre -el niño, el amigo, el hermano, el compañero, el hijo, el maestro, el inquilino, el solitario, el olvidado, el muerto- y el filósofo -la obra -. Tatián, sin embargo, a la manera de Borges con Válery, no hablará de «una imagen de Spinoza», sino de «Spinoza como símbolo»: de la palabra libre, de la singularidad lúcida», pero también de la militancia de «deseo de comunidad»:
«Filósofo de la necesidad, el autor de la Ética nos lega la idea preciosa de que la historia -cualquiera sea el momento en el que nos haya tocado nacer- está radicalmente abierta a un trabajo del pensamiento y de la militancia (que es una forma del pensamiento). Símbolo de la palabra libre, de la singularidad lúcida, Spinoza lo es al mismo tiempo del filósofo que toma por su objeto más eminentemente filosófico los avatares colectivos orientados a la igualdad, a los encuentros políticos y las composiciones de indeterminada pluralidad, que todos los tiempos producen con intensidad mayor o menor. Esa encrucijada de soledad serena y deseo de comunidad; de cautela y apertura a los demás; de lucidez filosófica y pasión política, dotan a la aventura spinozista de una extrañeza sensible que logra conjugar amor y pensamiento -según nos lega su expresión «amor intelectual»-, y de una potencia crítica que jamás subordina la emancipación al poder -sino siempre al revés- ni la transformación colectiva a la línea de la desgracia».