El sufrimiento en Frankenstein

Por Matías Saá Leal

«Amo la vida, aunque sólo sea para mí una sucesión de angustias».

Mary Shelley, Frankenstein o el moderno Prometeo

En la novela de Mary Shelley ningún personaje es feliz, por más que lo intenten, por más que tengan las respuestas. La felicidad, para ellos, es negada por tragedias y monstruosidades, literalmente. Desde un niño hasta una bestia, nadie se salva de la muerte o de las desgracias o la culpa que dejó el medievalismo- religioso judeocristiano hasta nuestros días. La novela me recordó a una frase que me decía Teo, mi amigo budista que me enseñaba budismo en el patio de su casa, y que luego leí en la contraportada de Los vagabundos del Dharma de Jack Kerouac, «la vida es sufrimiento». Y el sufrimiento, en Frankenstein, es uno de los temas principales y es representado por la soledad, la culpa, la moralidad cristiana, el aislamiento, la irresponsabilidad y el abandono.

Cuando terminé de leer Frankenstein, tuve la sensación de que la autora escribió la novela casi al final de sus días. Terminé angustiado, pero con cierta esperanza en encontrarle un sentido espiritual al sufrimiento. Pero Mary Shelley no era una anciana ni estaba a punto de morir cuando escribió Frankenstein, todo lo contrario; ella tenía veinte años cuando fue publicada en 1818 y dieciséis cuando la comenzó a escribir luego de tener una conversación con los poetas Lord Byron y Percy Shelley, en donde Byron propuso que cada uno escribiera una historia de terror.

Mary Shelley quiso escribir una historia sobre los misterios y temores de la naturaleza, y, escuchando a Byron con Percy Shelley hablar sobre la naturaleza del principio de la vida y los experimentos de Darwin, es que nació la idea de escribir Frankenstein o el moderno Prometeo. Mary Shelley, en la Introducción de su propio libro, explica que la historia «debía de ser horrorosa, porque absolutamente horrorosas deberían ser todos los intentos humanos de imitar la fabulosa maquinaria del Creador del mundo». Y en el mundo de Shelley, quien intenta imitar al Creador, paga muy cara las consecuencias.

Víctor Frankenstein siente desprecio desde que ve a su experimento por primera vez. En el primer momento en que ve al demonio concluido, Frankenstein asegura que ya lo «había observado cuando aún no estaba terminado; y ya era repulsivo entonces. Pero cuando aquellos músculos y articulaciones adquirieron movilidad, se convirtió en una cosa que ni siquiera Dante podría haber percibido». Víctor Frankenstein siente culpa desde el primer momento de ver el resultado de su experimento. Siente culpa por crear a la criatura que luego le traería dolor a él y a su familia, culpa por crear un monstruo, una criatura horrible que le entregaría horror y desgracia a su existencia.

Frankenstein jugó a ser Dios, jugó a crear vida desde la nada y abandonó a su creación y la obligó a vivir en espacios tenebrosos. Esta filosofía me recuerda a la filosofía de Fiódor Dostoyevski y su relación con Dios. Dostoyevski creía en Dios, pero creía en un Dios que nos hacía sufrir y que nos abandonaba a nuestra suerte. En Los Hermanos Karamazov, Dostoyevski se pregunta «¿por qué un Dios misericordioso permitiría el sufrimiento humano?». Y la bestia le reprocha a Víctor Frankenstein, que también ha sido privado de la felicidad por su inventor, «soy un ángel caído, a quien privasteis de la alegría sin ninguna culpa; por todas partes veo una maravillosa felicidad de la cual sólo yo estoy irremediablemente excluido. Yo era afectuoso y bueno: la desdicha me convirtió en un malvado. ¡Hacedme feliz y volveré a ser bueno!».

La apariencia de la bestia en Frankenstein es similar al humano en Dostoyevski: un ser abandonado y castigado por su creador. No somos merecedores de amor, para el Dios de Dostoyevski, sino que somos unas criaturas pecadoras que merecen la expulsión del paraíso, y vivir, como lo hizo la bestia de Víctor Frankenstein, en las tinieblas y el sufrimiento constante.

La figura del ángel caído, que en un inicio fue bueno, hace más referencia a Satanás que a un Adán. En el Nuevo Testamento, Satanás es un ángel creado por Dios y que luego se rebeló en su contra. Desde ahí, su figura es negativa y malvada. En el Nuevo Testamento, Jesús explica cómo vio a Satanás caer «yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo». Otra referencia a este momento es la descripción de los ángeles cayendo del cielo que aparece también en el Nuevo Testamento: «¡Cómo caíste del cielo, oh, Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las naciones». Desde el momento en que cayó del cielo, Satanás buscó vengarse de Dios, al igual que lo haría la bestia en Frankenstein, quien asesinaría a seres queridos de su creador. Ambos buscaban la aceptación de la sociedad y de su inventor, pero no tuvieron éxito.

Este rechazo provocó en el monstruo una profunda soledad y depresión. Pero no es el único personaje que se sentía solo. Uno de los objetivos de Víctor Frankenstein para crear vida a partir de la muerte era justamente esa, terminar con su soledad. La soledad en Frankenstein es una soledad en parte por determinación. Cuando él estaba estudiando ciencias, señala que «tales fueron mis pensamientos durante dos o tres días que pasé completamente solo». La soledad en Víctor Frankenstein aparece como el motor de la novela. Diría que son dos los motivos por los cuales Frankenstein crea a la bestia: su egocentrismo de crear una vida desde la muerte, y la soledad. Y la soledad lo llevó a la locura. Para Chris Baldick:

La soledad de Victor, en resumen, es de naturaleza dual, porque la complejidad del personaje permite a menudo interpretaciones contradictorias de su soledad: por un lado, la soledad es una condición impuesta por su búsqueda sin descanso del conocimiento, que lo aleja del mundo social; por otro lado, la soledad es una elección deliberada, una forma de autoafirmación y de escapar de la mediocridad de la sociedad

Al principio de la novela, muere la madre de Frankenstein, quien marcó su infancia y dejó un vacío emocional muy grande. En el capítulo 3, él señala que «transcurre mucho antes de que la mente humana pueda convencerse de que la persona a quien se ve todos los días, y cuya simple existencia parece parte de la nuestra, se ha ido para siempre». Este punto de su vida, más su obsesión por la ciencia, termina por crear a un sujeto desconectado de la sociedad.

Dostoyevski expone que el aislamiento social era necesario en el ser humano. Al igual que en la novela de Mary Shelley, los personajes de Dostoyevski tienen conflictos con la soledad y con Dios. Rodión Románovich Raskólnikov e Iván Karamázov, protagonistas de Crimen y Castigo y Los Hermanos Karámozov, respectivamente, tienen un conflicto con la soledad y Dios, al igual que Victor Frankenstein y el monstruo. La fe en Dios para los personajes del escritor ruso presenta una salida, un escape, una manera de superar la soledad. El ser humano necesita estar solo, porque así se volvería a encontrar con Dios, y al encontrarse con Dios, se puede conectar con el mundo en un estado de gratitud y generosidad.

Pero ¿cómo se iba a acercar la criatura a su creador si fue abandonado apenas existió? La criatura es consciente de su desamparo. Él se pregunta:

¿Dónde estaban mis amigos y mis parientes? Ningún padre había visto mis días de infancia, ninguna madre me había bendecido con sonrisas y caricias; y si existieron, toda mi vida pasada no era ya más que una mancha, un vacío oscuro en el cual me resultaba imposible distinguir nada. Desde mi primer recuerdo yo había sido como era en esos momentos, tanto en altura como en proporciones. No había visto a nadie que se pareciera, ni que quisiera mantener ninguna relación conmigo. ¿Qué era yo? La pregunta surgía una y otra vez, y sólo podía contestarla con lamentos.

La criatura vivió sola desde que fue creada, vagó por el continente, siendo repudiado por las personas con las que se iba cruzando, teniendo que aprender las lenguas de los humanos, también tuvo que aprender a comportarse y a preparar el alimento con los restos que dejaban los viajeros, todo esto con el objetivo de encontrarse nuevamente con Víctor para que le hiciera una compañera y dejar de sufrir. La soledad, en la novela de Mary Shelley, representa, al igual que la culpa, un sufrimiento y un dolor gigante en personajes que están completamente rotos y deprimidos. Teresa López-Pellisa, señala que «la criatura de Frankenstein es un ser atrapado en su propia existencia, en una soledad que lo devora y que le hace sentirse monstruoso y repugnante. Esta sensación de desesperación y desamparo que sufre la criatura la podemos interpretar como un síntoma de depresión».

A pesar de que la criatura es retratada como una criatura que explora mayoritariamente la angustia y el sufrimiento, en algunos pasajes de la novela, experimenta fugaces momentos de felicidad. La criatura describe que aprender a leer se convirtió en su pasatiempo favorito. Gracias a los libros y escritores como Goethe dejó de sentirse solo en su infelicidad. No estoy seguro si llegó a ser feliz por completo, pero al menos se hizo consciente de lo que él era y encontró belleza en este mundo. Para la bestia es incluso indescriptible la manera en que la literatura afectó en su vida, y cuando intenta hacerlo, lo hace de una manera muy bella:

Produjeron en mí una infinidad de imágenes e ideas que algunas veces me elevaban hasta el éxtasis, pero más frecuentemente me hundían en la más profunda desolación. En las Desventuras de Werther, además del interés de su sencilla y emocionante historia, se proponían tantas opiniones y se arrojaba luz sobre lo que hasta entonces había sido para mí asuntos completamente ignorados, que encontré en ese libro una fuente inagotable de reflexión y asombro (…) Yo pensaba que el propio Werther era el ser más maravilloso que yo hubiera visto o imaginado jamás. Su carácter no era pretencioso, pero dejó una profunda huella en mí.

Y creo que Mary Shelley dejó una huella en mí.

La literatura, vista como escritura y lectura, es para Shelley una forma de sanación personal. Una manera de conectar con la naturaleza y con el mundo y encontrar un lugar en él. Mary Shelley también tuvo muchas perdidas; la de su esposo, el poeta Percy Shelley, y de tres de sus cuatros hijos, lo que la llevó a una depresión que fue canalizada por la escritura de novelas y ensayos. En su novela Matilda, Shelley también aborda la literatura como medio de sanación, «los libros son mi alivio, mi bálsamo. A través de ellos puedo soportar la soledad y la desesperación que me asaltan de vez en cuando. Me enseñan a ver más allá de mi situación, a mirar el mundo de una manera diferente». Los personajes de Shelley ocupan los libros para enfrentarse a la soledad y a la desesperación y encontrar una pequeña esperanza y consuelo a través de la literatura.

En conclusión, la novela Frankenstein o el moderno Prometeo es una novela que tiene muy presente el sufrimiento en todos sus personajes. Esto por distintas razones, pero principalmente por la culpa del cristianismo que aún está muy presente en el siglo XIX, por la soledad y depresión que produce quedar abandonado por el creador y no encontrar una conexión con el mundo. El sufrimiento se da tanto físicamente como emocional y es el motor de casi toda la obra. La novela puede ser presentada como una novela pesimista, pero también como una obra que busca encontrar la responsabilidad, la empatía y la compasión entre seres humanos.

Mi amigo budista me diría, sentado sobre una manta, en el patio de su casa, que la criatura viajó y vagó por los montes suizos en la búsqueda de su propia identidad, buscando un lugar en el mundo, sufriendo y haciendo sufrir al resto. Me diría que él está en un ciclo de sufrimiento, dolor y rechazo. Esto, me diría él, es el samsara. El viaje de la criatura es el ciclo del samsara, diría. Y me explicaría que no podría ser feliz en ningún caso porque la criatura no está haciendo un camino hacia la liberación, sino hacia la venganza. Para liberarse, solo podría ser a través del amor y el perdón.

Y la literatura, le diría.

Matías Saá Leal (1997). Estudiante de tercer año de Literatura en la Universidad Alberto Hurtado. Ha trabajado como profesor y en comunicaciones. Es un apasionado del cine, en especial de las películas de Richard Linklater y Jim Jarmusch. Trabaja en Centro Arte Alameda y es parte del equipo de comunicaciones del Cine Club UAH. Ha publicado sus textos en Revista Origami, Revista Carcaj y Revista Phantasma, ha ganado premios en distintas universidades y apareció en la antología literaria «Premoniciones maginales» del Colectivo Letrasuelta.

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