Ignacio Valente ha sido el crítico literario chileno más influyente, más comentado del último medio siglo. Entre 1966 y 1993, en las páginas de El Mercurio, ejerció la crítica cada domingo —y, desde entonces, con regularidad variable— en una columna seguida, leída y discutida con tanta lealtad por sus admiradores como por sus adversarios.
Muy lejos del papel de comentarista, ha sido un protagonista principal: de grandes descubrimientos como Zurita, de suculentas polémicas como con Neruda y Lihn, de apoyos críticos decisivos como el que Parra solía agradecerle, e incluso ha llegado a ser personaje literario gracias a la aversión apasionada de Maquieira y Bolaño.
Cuando sus primeras reseñas ya tienen más de 50 años, asombra ver qué bien se sustentan, qué bien siguen acertando. Y sobre todo, más allá, o antes, del acierto y el error, hay motivos exclusivamente literarios para la formidable recepción de Valente como escritor, motivos asombrosos si se considera que ha escrito miles de reseñas, y que estas cosas no suelen darse juntas: nunca es frívolo y nunca es aburrido.
Ignacio Valente es el seudónimo bajo el cual José Miguel Ibañez Langlois (Santiago, 1936) ha suscrito la crítica literaria en el diario El Mercurio durante más de 50 años. Doctor en Filosofía por la Universidad Lateranense de Roma, y Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense de Madrid, es autor de unos mil quinientos artículos y ensayos. Parte importante de su obra está dedicada a la filosofía y la teología; entre sus libros de poesía y crítica destacan Poemas dogmáticos (1971), Libro de la Pasión (1986), Poemas dogmáticos II (1994), Poesía chilena e hispanoamericana actual (1975), Rilke, Pound y Neruda (1978), Diez ejercicios de comprensión poética (2001) y Para leer a Parra (2003).
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