Lo que nos diferencia de los historiadores es el hipérbaton. Como una mancha de Jackson
Pollock, el hipérbaton aparece acá y allá. ¿Es posible, en efecto, no encontrar una mancha en
alguna parte? Hipérbaton por todos lados. Aunque no es fantasma ni síntoma: se trata, mejor,
de una figura —nos gusta especialmente este término— un objeto transportable, mudable en el
espacio y en el tiempo, pero también en un sentido epidérmico: cambia de piel. Aparece,
desaparece, reaparece: ¿podríamos leer sin parpadear? El hipérbaton como una mancha que
atraviesa territorios, países, épocas, escrituras».
Así comienza este libro. Y en esa declaración confluyen, acaso, los desafíos y gestos de un modo
de hacer crítica que se concibe más allá de esos límites que suelen retrotraerla a sus formas
menos productivas. Se trata, aquí, de reconocer la deriva, la especulación y el ensayo como una
contraseña de identificación pero también como un modo de pensar tan capaz de armar
constelaciones entre figuras en apariencia heterogéneas como de reconocer en la propia
práctica el impulso perdurable y originario de la lectura.
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