En Estación Adversa se recorren y complejizan las imágenes de tres ciudades: sus guanacos de petróleo, un río entreabierto a través de persianas o los restos de una fiesta removidos por el viento. La experiencia anclada en un punto fijo, la unión de esos fragmentos, permite trazar un mapa para habitar los espacios. Aunque transitan por estos lugares, los poemas de Vicente Oyarzún exploran la tensión en la que se sume un cuerpo antes de cualquier movimiento. Si en un museo de historia natural pueden colgar del techo esqueletos de pájaros en poses torcidas, si se les pueden volver a pegar las plumas de las alas para que simulen el vuelo, este libro mantiene también esa “adrenalina fija de la caída en picada”. Si alguien cruza la calle a mitad de cuadra y un auto frena en seco, si basta el lapso entre la tensión en el tímpano y la reacción del cerebro para hacerse una idea de la catástrofe, estos poemas habitan ese intervalo. Desde la suspensión, desde ese espacio intermedio entre vida y muerte, estos textos exploran las potencialidades de la acción, y enuncian un “discurso sobre el tacto” que recorre con detenimiento las superficies.
Mariana Camelio