En este universo del día a día, la voz poética inventa un traje a la medida, pela papas, observa el
balcón, entiende la teoría de la vecina. Lo cotidiano es lo diario, lo periódico y lo que hace Elisa es
apuntar ahí un refugio para la extrañeza. De pronto, el vapor vuelve todo porcelana, las gotas de
agua se posan en formas hasta que alguien diga lo contrario y el ruido que no se quiere escuchar,
cae como agua.
Son estos excepcionales versos los que constituyen, para mí, la particularidad de El placer del
viento. Mirar con detenimiento, extrañeza y horror, lo sencillo.
Ariel Richards, texto presentación del libro (fragmento).
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