En QUIETOS los cuerpos se mezclan. Santiago del Valle propone en esta novela un estilo
narrativo donde el detalle de los microcosmos disimula el tejido de las transformaciones
interiores. Entre circuitos rotos y autopistas perdidas, noches olvidadas y personas
fragmentadas, la historia se pliega en un viaje de ida y vuelta donde se mudan las pieles y
se trastocan las miradas en los límites de lo probable, como si se tratara de un sutil
experimento poblado de paradojas, contradicciones y fugas.
En QUIETOS todo se mueve: son los paisajes que se trasladan en los márgenes de las
perspectivas, o son las personas transitan en torno a los paisajes. Exterior e interior se
disuelven en un mismo componente donde el instante presente se aísla de las
concatenaciones del tiempo. En cada paso, en cada palabra, en cada nota, un nuevo
horizonte para recorrer. Esta tonada interminable del diario de viaje se expresa recogiendo
huellas, papeles y pentagramas repartidas en el fluir vital de los cuerpos mudables,
orientando el encuentro y el desapego de individuos confundidos en la metamorfosis de
los mundos personales.