Escrita apasionadamente a principios de la década de 1980 y publicada en 1982, La obscena señora D fue la primera incursión de Hilda Hilst en la narrativa, o más exactamente en la escritura sin corte de verso. Como en muchas de sus obras posteriores, aquí el argumento es mínimo aunque suficiente para que la trama desborde y el discurrir del relato, en su ir y venir de la “anécodota” a la “fantasía” y de lo “metafísico” a lo “interior”, construya un mundo que dé la grotesca talla del mundo en que vivimos. Basura, peces de papel en la pecera, licores y ostras son parte de la utilería que el Puerco-Niño Constructor del Mundo, Lúcida Cabeza Divinoide, dona al Hombre, Gran Verdugo de la Náusea, a ver qué hace. Será cuestión de leer para creer. Si no en el destino, o aún en el consuelo de su falta, o por qué no en lo oportuno de un libro, en la audacia y la gracia de Hilda, Suprema Trituradora de Palabras. Devora Lectores.
T.A. – B.B.