Si Sacher-Masoch es con todo derecho portavoz en lengua alemana de lo acaecido en los confines del Imperio, es también el maestro indiscutible del registro de los tipos perversos que pululan en ese siglo inventor del arte decadente y, al mismo tiempo, terriblemente puritano. En el territorio bajo dominio austríaco que enfoca el autor, las sectas religiosas proliferaban porque la corrupción de los funcionarios y los intereses de los poderosos (autoridades eclesiásticas y terratenientes) se servían de ellas para sus propios fines de dominación. Sin embargo –y siempre hay un “sin embargo” en la obra de Sacher-Masoch– esta novela finisecular, morbosa y macabra, no se limita a ser un fresco social de la época. Su otra coordenada es, claro está, la sexualidad. Y las sectas aparentemente transgresoras en lo sexual son un campo de estudio paradigmático para el autor.
Un par de generaciones menor que Freud, Sacher-Masoch logra plasmar una serie de fenómenos psíquicos que el maestro del psicoanálisis habría de analizar luego con singular lucidez. Al arte le corresponde, en efecto, como sucede en muchos casos, la singularidad de la primera mirada.
José Amícola
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