En La experiencia formativa hay humor, ternura, rabia y un mosaico de personajes que por diversas circunstancias se encuentran desplazados, tanto geográfica como emocionalmente. Ahí están los dos jóvenes que crecieron en una comunidad hippie perdida en la pre-cordillera; el ex físico-culturista que se cura de su fracaso en un programa de escritura curativa en Nueva York y le escribe intensos mensajes a su madre; el ghostwriter melancólico y volátil que redacta las vidas de chicos suicidas universitarios; y las postales resacosas de un narrador que, a la espera de un poco de marihuana, camina por el paseo marítimo de una ciudad en la cual hacer memoria es imposible.