Este volumen reúne los cuentos de la escritora chilena Ilda Cádiz Ávila publicados en sus
libros La Tierra dormida (1969) y La casa junto al mar (1984), hoy prácticamente
inencontrables. En sus relatos predomina lo insólito, entendido como el cuestionamiento y
la difuminación de los límites de lo real, y en ellos construye con habilidad mundos
diversos en los que experimenta con el misterio, la ambigüedad, el humor y la hibridación
de géneros narrativos, como la ciencia ficción, lo fantástico, el terror, el policial y la
autoficción.
Por diversas razones, Ilda Cádiz tuvo poca visibilidad como autora en vida. Por ello esta
edición cuenta con un prólogo de la investigadora Macarena Cortés en el que aporta datos
biográficos y profundiza sobre su omisión en el campo literario chileno. En el año 1977, la
escritora María Carolina Geel reparaba en ello, preguntándose: «Ilda Cádiz está dotada
mucho más allá de lo común. ¿Por qué no es más conocida, esto es, más leída?». Y es que
en Ilda «hay oficio, oficio indiscutible y originalidad cierta» (La Tercera, 1984), y sin
embargo aún persistía, hasta hoy, la imposibilidad de acceder a su obra.
Con la publicación de sus cuentos reunidos ofrecemos, por primera vez, una muestra
amplia de la escritura de Ilda Cádiz a los lectores del presente y del futuro, quienes por fin
podrán navegar por la singularidad de sus mundos.
Ilda Cádiz Ávila
(Talcahuano, 1911-2000)
Estudió Pedagogía en Inglés en la Universidad de Concepción y el año 1936 llegó a
Santiago a trabajar como secretaria bilingüe. A partir de la década de 1940 comenzó a
publicar cuentos, poemas, columnas y crónicas de viaje en la revista Margarita y en los
periódicos El Mercurio y El Sur. Todas estas colaboraciones las firmó con el pseudónimo de
Dolores Espina, y esperó hasta bordear los 60 años para publicar su primer libro, La Tierra
dormida (1969), y firmar por primera vez un escrito con su nombre. Lo mantuvo también
novela histórica La pequeña Quintrala de Joaquín Toesca (1993).
Debido a su trabajo en una aerolínea, Cádiz viajó por todo el mundo y se nutrió de otras
realidades, lo que plasmó en sus crónicas de viaje y permeó buena parte de sus textos
literarios. Participó del Club Chileno de Ciencia Ficción, desde sus inicios en 1975, junto a
Hugo Correa, Elena Aldunate y Antonio Montero, entre otros miembros. En este espacio
pudo desarrollar y compartir una de sus pasiones, la literatura de género, lo que se
traduce en su obra como el cuestionamiento de la realidad como la entendemos y la
especulación sobre otras realidades posibles o imposibles.