Hay quienes sostienen que Freud es la mente de la literatura del siglo xx y Montaigne, la de Shakespeare y, agregaría yo, del mismo Freud, aunque este nunca lo nombre. El crítico Harold Bloom añade que Freud es el Montaigne del siglo xx. Dowden señala que si bien nos acoge como un sencillo caballero gascón, franco y leal, no conocemos a un hombre, sino a la humanidad entera, con sus fuerzas y flaquezas, sus generosidades y egoísmos, su eterna duda, su pasmosa credulidad, su inclinación social y su soledad interna, su voluntad de acción y su afán de reposo, su religiosidad y su ironía, su sabiduría y sus disparates humorísticos… ¿Cómo dibujar el retrato de un hombre cuya unidad consiste en ser múltiple?
Montaigne lo aclara en su advertencia al lector: la pintura del yo es su tema. No hay equivalente en la literatura de la época, casi nada después. Declara que no pinta el ser, sino el pasar; no el pasar de una edad a otra o, como dice el pueblo, de siete en siete años, sino de día en día, de minuto en minuto. Aunque ese pasar no es el ser, es nuestra realidad, pues la vida humana es una historia de contradicciones. ¿Cómo puede el hombre aspirar a tener razón cuando su esencia es la volubilidad, la inconstancia, la fugacidad? Fuimos arrojados a la vida para quedarnos, y estamos de paso.
Michel Eyquem de Montaigne (1533-1592, actual Saint-Michel-de-Montaigne, al suroeste de Francia), creador y al mismo tiempo máximo exponente del género literario ensayo. Proveniente de una familia acomodada, su obra la escribió en la torre-biblioteca de su propio castillo. En sus escritos —escépticos y reflexivos—, destacan la sencillez y el ingenio, siendo su tema primordial la naturaleza humana. Fue uno de los pensadores más influyentes del Renacimiento y hoy es considerado una figura clave de la humanidad.