El Tratado de la reforma del entendimiento y del camino que mejor conduce al conocimiento verdadero de las cosas es la generosa exposición, meditada e inconclusa, de una primera persona reflexionando ante su propia experimentación. No es un antes ni un después sino el apego apacible a una duración testimoniante.
El Tratado de la Reforma no se presenta como un conjunto inacabado de reglas para el vivir bien, no es el borrador preliminar de ninguna obra mayor impresa y finita, consagrada luego en una sí definitiva Ética de vida. Se lo comprende al modo que mejor supo ver su ya fiel introductor: “Una idea reúne a estas dos obras separadas por el tiempo (…) la idea que ha enseñado su filosofía, que ha encarnado su vida: la idea de la verdadera felicidad del hombre, de la felicidad del hombre libre.” Ángulos, cortes y líneas de una filosofía -arte racional/ciencia vital-, en su doble y único esfuerzo por discernir el (re)medio más adecuado para corregir un mal/estar y darse a conocer en las tácticas que procuran el buen/vivir.
Será en esta oportunidad una fidelidad contemporánea a la presente edición del Tratado de la Reforma la que (se) prologa (prolonga) en un vadeo por la fluente principal al (del) torrente spinoziano. “La tarea de una enmienda (…) procura una transformación de la vida, la producción de una forma de vida cuyos efectos y cuyo significado presentan una dimensión última que es existencial y política. (…) El extravío del entendimiento (…) no es problemático por el hecho de promover el error, sino por la forma de vida que implica…”. Extravío, error, distracción. Estrabismo. Es siempre un problema de visión, de atención. Un juego de cristales. Un problema óptico: hacer visible. Caleidoscopios: latitud y longitud. Y por su diferencia es también un problema táctil, de distancias. De elongación del cuerpo y del espíritu.