Esta reunión de ensayos de Gabriel Tarde, todos escritos al iniciarse el siglo XX, debería ser ponderada por los actuales sociólogos, que gustan relevar las necesidades básicas de la población, como una de las necesidades básicas tanto para sí mismos, como para todos aquellos que se dedican hoy a pensar lo social. Y quizá este lema, figurar en sus edificios -tanto mentales como institucionales-: El mundo social puede ser considerado una inmensa masa de sonámbulos mutuamente sugestionados. La figura del sonámbulo, no muy complaciente con su “objeto” –a la cual se suma la del borracho- puede ser incómoda para la profesión, pero también puede alumbrar un nuevo punto de partida para una sociología que asuma, al fin, sus riesgos.
Las tres fluentes que componen este libro, van delineando lo que en el prólogo se define muy acertadamente como sociología molecular, y que parte del postulado básico de que todo campo social organizado está surcado y excedido por modos de hacer, sentir o pensar “criminales” –criminales por contradecir la ortodoxia que los explica-, por pequeños mundos paralelos al orden vigente, evasivas que difieren en mayor o menor grado de aquello que busca determinarlas.
Así la invención y la imitación, por detrás de las célebres representaciones sociales que consagran sus hechos. Así, las corrientes cuantitativas de la creencia y el deseo, que inundan las costas de la economía política, pariente tan próxima del mundo sociológico. Así la irrupción de los públicos –colectividades mentales a distancia- que desbordan el añorado rol de los actores sociales sensorio-motores, tan cómodos para el sociólogo de antaño.
Pero el chiste de Tarde es que lo micro no es un insumo más de lo macro, un condimento a ser incorporado en el plato, el plato de la profesión; es el bocado clave, la ratio del gusto, el elemento de la indigestión…, o quizá, por qué no, de la gran digestión.