La naturaleza de la muerte como experiencia familiar, su consecuente acto
narrativo estético como secuencia de la pérdida y la memoria, del hermano, del
padre, abrigando como recuerdo lo olfativo, la infancia, los cambios y excesos de
la adolescencia. Flotar, pude es un hermoso libro, cuyo lenguaje, simbolismos e
imágenes desgarradoras nos permiten seguir leyendo, en clave feminista, a una
de las escritoras más prolíficas e importantes de Ecuador.
Fragmento: “Sentada al lado de esa puerta, esperé que llegara el ataúd. Cuando
entró cargado por caras conocidas, sentí que el témpano me volvía yo, que las
manos heladas de mi mamá eran las mías y percibí cómo, lento, iba mi cuerpo
haciéndose un trozo tieso. Entró la caja, la colocaron en el comedor, pusieron
sillas alrededor y ramos de flores blancas, yo me acerqué despacio, me senté
lejos, la miré y recuerdo haber pensado, caja por favor cuídalo del frío. Amé esa
caja y amé todas las cajas por venir, rememorando, en cada una, algo de esa
forma suya. Entendí en ese instante que esa madera café y brillante ahora sería la
morada de mi hermano y quise adornarla, así que fui a su cuarto, todavía intacto y
agarré una cobija, y agarré una foto nuestra y agarré algunos de sus discos. Y al
bajar las gradas, con las manos repletas, me di cuenta de que yo no podría abrir
ese ataúd, porque si lo abría, yo me quedaría ahí o tendría que entrar en él o
simplemente sentí una suerte de incoherencia manifestándose en el temblor de
mis manos: ni las cosas ni yo entrábamos en esa caja pequeña y mis
pensamientos se estaban desorganizando de manera grave. Decidí mejor
contemplarla, pero sentí una angustia insoportable porque esa distancia se volvió
una solicitación imposible y también inapelable, a quién carajos le culpaba yo por
semejante acontecimiento absurdo, si Dios se había esa noche plegado, huidizo,
como las manos de mi papá.”
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