Poemario de frontera, aborda la migración, el racismo, la sexualidad y los orígenes desde una mística que conjunta lo femenino, erótico, el cuestionamiento a los estereotipos de frontera. Artísticamente hablando, la frontera México-Estados Unidos es un sitio renovado por innovaciones estilísticas, algunas veces utópicas, que irrumpen el concepto de ciudad moderna y las normas que racionalizan la vida pública. La visión que se tiene de la frontera cambia según la hora, el barrio, quien la narra e, incluso, según el momento histórico. Lo que no cambia es la relación entre dos o más comunidades, ciudadanías, lenguas, que conforma una metrópoli transfronteriza capaz de transgredir los espacios prohibidos y los espacios del arte, gracias al desplazamiento que estimula los sentidos físicos e irrumpe la hegemonía monocultural.
Las ciudades fronterizas son centros de opresión y de violencia, así como de liberación y de creatividad. Esta paradoja genera vacíos y rezagos, sobre todo legales, pero es gracias a estos vacíos que los artistas fronterizos conforman una geografía individual en la que va implícita la violencia hacia el otro.
En la frontera, la violencia hacia el otro se entiende como la intimidación entre sujetos que comparten la frontera de ambos lados, entre conciudadanos, entre hombres y mujeres. La paradoja (o aporía) es que esta violencia, a veces sistematizada (o casi siempre como afirma Arendt), a su vez permite dilucidar mediante construcciones metafóricas o lenguaje figurado, la historia de la frontera.