Trastornado en su oscuridad habitual, su fuerza en despego de la odiosa jerarquía, no quería más que salir de donde estaba, aún cuando en su condición sobresaliera con ahínco. El galope era un escape, pronto aquellos otros lo seguían como al profeta.
-¿Cómo descubre que esta tierra existe? Mejor dicho ¿cómo descubre usted que el mundo se proyecta más allá de lo que está acostumbrado a dar linde? Quisiéramos saber cómo llegó aquí.
El cuestionado extranjero no pensaba, su bloqueo mental, en pro de defensa ante tantas emociones y vivencias juntas, funcionaba como el reflejo ante el contacto con objetos calientes. Su fe religiosa se aferraba pero ni él sabía bien a qué. Intentaba sentir el frío del metal de la cruz colgando en su pecho descubierto y cada microsegundo de frío era esperanzador. No iba a responder que naufragó, aunque eso había ocurrido, porque de naufragios y descubrimientos de tierras maravillosas está rebalsada la literatura. Tierras lejanas y ocultas poblando la ficción de todas las épocas, hoy nadie dedicaría tiempo a escribir semejantes. Él jamás fue escritor pero estaba en tierras lejanas, víctima de un naufragio, en territorios nunca explorados
