“Cuando el hombre se propuso hacer que la belleza entrara en sus edificios, entonces nació la arquitectura”, escribió Frank Lloyd Wright. No se trata de algo superficial, ni vago, ni difuso; sino de algo profundo, preciso y concreto que, como sintetiza Alberto Campo Baeza, logra detener el tiempo. La sencillez, la lógica y la racionalidad de algunas obras envuelven al espectador y lo hacen dialogar con el espacio y la luz. Esta aspiración de la arquitectura, compartida por otras artes, también se nutre de ellas. Así, cuando Alberto Campo Baeza declara “intento hacer una arquitectura esencial, radicalmente hermosa, con la profunda belleza procedente de la verdad”, lo hace desde la admiración a cómo lo lograron Velázquez y Goya, Rothko o T. S. Eliot. Sus reflexiones muestran la inspiración que provoca, por ejemplo, el “blanco certero” en las obras de Velázquez que, igual que una arquitectura blanca y sencilla, es capaz de “conseguir todo con casi nada”. A través de su mirada se desvela el disfrute intelectual que produce la pintura, el cine, la poesía, la música y, cómo no, la arquitectura.